Dejé mi país natal, Argentina, en 1971. Vine a Nueva York con mi esposa y mi hija para continuar mi carrera como científico investigador en biología molecular. Pensé que pasaría dos o tres años en Estados Unidos y luego regresaría a mi país. El destino determinaría lo contrario.

Poco después de mi partida, los militares derrocaron al gobierno constitucional y comenzaron un reinado de terror que duraría varios años. Se estima que decenas de miles de personas fueron “desaparecidas”, un desafortunado eufemismo para su asesinato. Todos nuestros amigos en Argentina nos aconsejaron que no volviéramos, dado el difícil panorama político del país. Por eso tomamos la decisión de quedarnos en los Estados Unidos.

Por problemas con mi visa -podía salir, pero no regresar a Estados Unidos- y también porque escribí un artículo acusatorio contra el régimen militar, no pude regresar a mi país durante 12 años, a pesar de enormes deseos de hacerlo.

Cuando regresé por primera vez, encontré un país, entonces en democracia, pero sufriendo el trastorno de estrés postraumático de la dictadura militar. Todavía recuerdo el primer día de mi retorno a Argentina diciéndoles a mis familiares, casi con desesperación: “¡Pero este no es mi país!” Parecían desconcertados y no sabían qué decirme…

Me hospedé en el departamento de Buenos Aires de un familiar; el profesor Félix Eduardo Herrera, quien falleció en 2007. Desde entonces, el departamento ha estado vacío. Fue un destacado matemático y profesor universitario en Tucumán. Él y su esposa Leonor criaron tres hijos; dos varones, Abel y Claudio, y una niña, Leonor Inés. Conocí a los Herrera por primera vez en Tucumán en la década de 1960 cuando mi esposa, su sobrina, estudiaba en la Universidad donde enseñaba el profesor Herrera.

Cuando los conocí, su casa era un lugar de animadas reuniones intelectuales, visitado con frecuencia por científicos e investigadores de fuera de la ciudad. Su vivienda, diseñada por un conocido arquitecto italiano, era un hermoso escenario para esas reuniones. Los niños Herrera heredaron el impulso intelectual de su padre y la preocupación de su madre por los pobres y desposeídos. Esas características resultarían su perdición.

Al ver el tremendo daño que los militares estaban causando a la democracia y al Estado de Derecho en el país, los jóvenes se convirtieron en parte de la oposición armada al gobierno militar. La brutal dictadura de las fuerzas armadas argentinas durante la década de 1970 dejó un país en desorden y a la familia de Herrera, diezmada. Al final, sus dos hijos murieron bajo tortura en 1975. Una de sus esposas, Georgina, y la hija de los Herrera, Leonor Inés, y su esposo, Juan Mangini, un líder guerrillero que se oponía al gobierno militar, están entre los “desaparecidos”.

Dos hijos de Abel, Esteban y Raúl Oscar, y la hija de Leonor Inés, Florencia, fueron los únicos sobrevivientes. El profesor Herrera y su esposa Leonor se dedicaron a sus nietos, particularmente a Florencia, quien fue a vivir con ellos, mientras los niños se fueron a vivir con sus abuelos maternos.

Después del secuestro y asesinato de sus hijos entre 1975 y 1976, la vida de los Herrera se convirtió en una pesadilla. Temerosos de las represalias de los militares, se fueron a vivir a un departamento en Buenos Aires, muy diferente de su hermosa casa en Tucumán. Sintieron que el anonimato de la gran ciudad los protegería mejor. En la gran capital tenían muy pocos amigos. La salud de Leonor se deterioró rápidamente; se volvió retraída y tenía frecuentes pérdidas de memoria. Tal vez, prefirió cerrarse al mundo; su dolor era insoportable.

En su apartamento ahora vacío, observo los viejos libros que bordean las habitaciones; muebles rotos; cuadros cubiertos de polvo; periódicos amarillentos desparramados, y me invade un profundo sentimiento de nostalgia y tristeza.

La pequeña Florencia, entonces de cuatro años, inicialmente desapareció con sus padres. Se había estado escondiendo con su madre, Leonor Inés, en una zona rural de la provincia de Buenos Aires cuando su casa fue rodeada por militares. Se las arreglaron para escapar, pero luego fueron encontradas por los militares. Los soldados se quedaron con Leonor Inés, pero enviaron a Florencia a un orfanato de monjas. Pocas semanas después del secuestro de sus padres, los abuelos de Florencia recibieron la noticia de que su nieta estaba viva en algún lugar de la provincia de Buenos Aires. Una extensa y dolorosa búsqueda llevó a los Herrera a un orfanato en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, a más de 1.000 kilómetros de Tucumán. Cuando los Herrera llegaron al orfanato, Florencia corrió hacia ellos y los abrazó llorando ¡Abuela! ¡Abuelo!

Florencia era querida por las monjas, quienes decían a sus abuelos que la pequeña pasaba sus días cuidando a los niños más pequeños. Aunque legalmente se necesitaba la aprobación de un juez para liberar a Florencia de su custodia, las monjas decidieron en ese momento entregar la niña a sus abuelos. Florencia se quedó con ellos y los cuidó hasta su muerte.

Pienso en cómo la militancia política de los hijos cambió profundamente la vibrante vida de esta familia. Evoco la elegante casa y la vida intelectualmente desafiante que alentaban los Herrera.

Leonor Herrera murió en 1999. Tras su muerte, su marido se convirtió en una sombra de sí mismo. Aunque todavía intelectualmente activo, su único placer, aparte de la visita ocasional de sus nietos, era ayudar a Florencia a convertirse en la joven vibrante y ansiosa de vivir que es ahora.

Los dos muchachos son jóvenes profesionales destacados. Florencia es diseñadora de moda y artista plástica; da conferencias a nivel nacional e internacional sobre tendencias en moda. Esteban es director de cine y se dedica al desarrollo creativo de software para empresas nacionales e internacionales. Raúl Oscar es ingeniero electrónico de una multinacional petrolera.

Los tres primos han superado la amargura y se dedican a sus familias. Sus vidas florecientes son como una revancha por la muerte violenta y prematura de sus padres. Pero en mí, rodeado del recuerdo de tiempos más felices, persiste un sentimiento de triste vacío, que solo el tiempo podrá borrar.

© LA GACETA

César Chelala – Periodista y consultor internacional de Salud Pública. Es co-ganador del Overseas Press Club award con un artículo sobre los desaparecidos en Argentina publicado en The New York Times. Publicó también en The Washington Post, The Wall Street Journal y Harvard International Review.